Spiros Louis, un aguador que encendió los Juegos
Un pastor de 24 años se
convirtió en el ganador del primer maratón olímpico en Atenas 1896
En Grecia aún se utiliza una expresión («Yinome Louis») para explicar lo
que es salir pitando. Pero el legado de Spiridon Louis es de mucho más
calado, crucial para el impulso de los Juegos Olímpicos. El júbilo que desató
su triunfo en Atenas, en 1896, los primeros Juegos de la era moderna, fue de
tal magnitud que contagió incluso a los extranjeros, dando sentido, al fin, a
una competición tan global. Spiros rescató el orgullo patrio en el
momento oportuno. Grecia no encontraba un campeón en atletismo y hasta en una
prueba tan griega como el lanzamiento de disco, el estadounidense Garrett
derrotó a Paraskevopoulos, su representante.
Pero quedaba el maratón, incorporado gracias a la propuesta de un amigo
del Barón de Coubertain, y ahí los helenos apostaron fuerte. Antes de los
Juegos realizaron dos pruebas de selección. En la segunda, dominada por
Lavrentis (tres horas y once minutos), corrió un chico que destacó como
deportista durante el servicio militar, entre 1893 y 1895 y que, fue animado
por su coronel, Papadiamantopoulos, para que participara. Concluyó en quinta
posición. Aquel chico, un pastor que llevaba agua a pie de Marousi -entonces
un pueblo, hoy un barrio- a Atenas, tomó finalmente la salida del
maratón olímpico (42 kilómetros) el 10 de abril.
La carrera enfrentó a trece griegos contra cuatro extranjeros: un
inglés, un australiano, un francés y un húngaro. Lo sucedido durante las tres
horas después de que Papadiamantopoulos diera la salida a las dos de la tarde mezcla
la realidad con la leyenda y hoy, 116 años después, no es fácil
diferenciarlo. Una certeza es que el francés Lermusiaoux comenzó liderando la
prueba. El galo arrancó ligero, veloz, pero acabó pagándolo en el kilómetro 32,
cuando, ya exhausto, fue embestido por una bicicleta y abandonó. Tomó el mando
el australiano Edwin Flack, un portento que ya había ganado las finales de 800
(2:11.0) y 1.500 (4:32.2). Flack corría con seguridad y un mensajero anunció en
el estadio Panathinaikos que iba a ser el vencedor.
El público enmudeció. El maratón, un símbolo nacional, tampoco iba a
premiarles. Mientras, Spiros, más prudente que sus rivales, a su ritmo, se
detuvo en una taberna de Pikermi, se tomó una copa de vino y dijo que él iba
a ser el campeón. A menos de 10 kilómetros de la meta, Spiros, calzado
rudimentario, pantalones por las rodillas, había dado caza a todos sus
contrincantes y adelantó a Flack, quien aún resistió tras él cuatro kilómetros
más. Pero Spiros era el elegido y su ritmo acabó con el australiano, quien
terminó tambaleándose y cayendo al suelo. El griego se quedó solo en cabeza y
corría decidido hacia el estadio, a donde ya había llegado Papadiamantopoulos,
a caballo, para anunciar el triunfo de un compatriota.
Las 100.000 personas que había entre el estadio y la calle
enloquecieron. La entrada de Spiros en la pista fue el momento culminante de
aquellos Juegos. Al grito atronador de «¡Hellene, Hellene!» el joven atleta
de 24 años dio la vuelta al anillo escoltado por el príncipe Konstantinos y su
hermano Giorgios. Spiros cruzó la meta triunfal en 2:58.50. La exaltación
griega se elevó al máximo cuando Charilaos Vasilakos entró segundo siete
minutos después y Spiridon Belokas lo hizo a continuación, aunque éste fue
descalificado cuando el húngaro Gyula Kellner demostró que lo había
adelantado en un carruaje.
El avituallamiento de Spiros pondría los pelos de punta a los eruditos
del maratón en la actualidad. El pastor de Marousi bebió durante la carrera
vino, leche, cerveza y zumo de naranja, y hasta se comió un huevo de Pascua. El
día de la clausura fue coronado con unas ramitas de olivo y le colgaron una
medalla de plata. El Rey, como el genio de la lámpara, le concedió un deseo, y
el aguador solicitó un carro y un asno para transportar el agua de Marousi a
Atenas. Nunca más volvió a competir. Y poco más se supo de él. Hasta que en
los Juegos de Berlín, en 1936, fue recibido por Adolf Hitler. Aquel día, como en
la recepción ante el Rey de Grecia, volvió a vestir el traje regional.
FERNANDO MIÑANA
Tomado de:
abc.es